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Amanecía en el pueblecito de Rumoroso un magnífico día del mes de abril y en la tierna pradera, como copos de nieve, dormían los corderitos apenas recién nacidos enroscados en parejas protegiéndose del rocío.

Desde un ventanuco de la cercana cabaña Tomás se desperezaba observando su rebaño; algo rojo sobre uno de sus corderos le preocupó, se lavó la cara con agua bien fresca y salió corriendo para ver que sucedía.

Al llegar allí se llevó una buena sorpresa pues lo que reposaba en el regazo de su cordero era la cabeza de una preciosa muchachita que tenía el pelo rojo como la puesta de sol más bonita que hayáis visto nunca, al sentir la presencia de Tomás abrió sus ojos grandes y vivarachos.

-¿Quién eres? – preguntó Tomás.
-Me llamo Amapola, contesto la muchacha; Ayer al llegar aquí me detuve a jugar con los corderitos, pero pronto me sorprendió la noche y el miedo no me dejó continuar.
La niña vio transcurrir su infancia en este pueblo y a menudo venía a jugar junto al enorme pozo, después dejaba volar su imaginación soñando que era ella quien vivía en la granja.
-¿es tuya?, le preguntó Amapola.
-No, aunque me encantaría, -respondió Tomás- la granja está abandonada, yo vivo en la pequeña cabaña de madera.

Amapola había pasado su niñez en Rumoroso pero cuando apenas contaba con cinco años sus padres, que eran pescadores, desaparecieron en la mar; así pues, el destino envió su tutela a Torrelavega donde vivía con su único tío, un viudo gruñón, sin hijos, atendido por una señora que parecía que siempre estaba enfadada. Tanta hostilidad era lo que a Amapola le había impulsado a escaparse de la casa de su tío después de doce años de angustia.

Tomás, que había escuchado su relato atentamente le invitó a quedarse en la cabaña.

Los días transcurrieron velozmente, el verano estaba encima y Tomás debía subir con su rebaño a las montañas para que sus ovejas pudieran pastar, pero antes de irse advirtió a su amiga sobre los peligros que podía correr, – el mayor de todos ellos es la vieja Tremeo -le dijo- una anciana malvada que se ha apropiado del gran pozo que tanto te gusta a ti, el palacio en el que vive se ve reflejado en sus aguas, de hecho, le ha puesto su nombre: Pozo Tremeo. Recuerda algo por favor, no permite que nadie se acerque al pozo, y ella no es mala ni medio mala -añadió poniendo gran énfasis- ¡su alma es la del diablo!

– no te preocupes Tomás -afirmó la joven- sabré cuidarme.

Una de las tardes más calurosas del mes de agosto Amapola había terminado sus tareas, el agobiante calor le llevó hasta la hermosa laguna y olvidando los consejos de su amigo se dio un magnífico baño para refrescarse. La vieja Tremeo que rápidamente advirtió su presencia corrió hacia ella y estirando su cachava enganchó a la chica a través de un colgante con una llave que siempre llevaba en su cuello.

–Has cometido un gran error bañándote en mi pozo -aseguró la perversa anciana-, a partir de ahora vivirás para servirme.

Después le arrancó el colgante y le preguntó de donde era la llave. Amapola con el susto había dado un buen trago de agua y apenas podía hablar, con voz temblorosa contó que la llave abría un cofre que su madre había confiado a la iglesia de San Pedro antes de morir y que se lo habrían de entregar al cumplir dieciocho años. -¡Nunca lo abrirás!- gritó la vieja Tremeo guardándose la llave en un bolsillo de su faldón.

La vida con la anciana era un auténtico infierno, tenía que fregar los suelos, cocinar, lavar la ropa, coser y un sinfín de tareas más.

En realidad, Amapola sólo era feliz cuando los domingos por la tarde la señora Tremeo se iba a misa de siete acompañada de un cochero que venía a su encuentro en un bonito carruaje tirado por dos caballos, entonces, Amapola salía por una ventana trasera, -eso sí- siempre perseguida por Blas, un perro pastor alemán que se encargaba de vigilar el palacio y tenía orden de seguir a la muchacha allá donde fuera.

Ella solía acercarse al pozo cautivada por sus peces, los echaba migas de pan y se divertía viéndolos saltar, cuando a lo lejos oía el trotar de los caballos, corría velozmente hacia el palacio para que la maligna anciana no se diera cuenta de nada.

Un buen domingo la vieja tuvo que regresar caminando pues la rueda del carro se había bloqueado, al llegar a la altura del palacio vio a la muchacha divirtiéndose a orillas de la laguna y tal fue la ira que le invadió que comenzó a gritar levantando sus brazos -¡Te castigaré! ¡Te castigaré!- Con el agitar de los brazos perdió el equilibrio y cayó rodando montaña abajo sucumbiendo en el pozo ante el asombro de nuestra protagonista.

Las campanillas del rebaño de Tomás volvieron a sonar, en lo alto de la ladera se iba acercando el muchacho silbando a sus ovejas.

Amapola le contó la pesadilla vivida en su ausencia y también el disgusto que tenía pues la anciana se había llevado consigo la esperanzadora llave.

Los esfuerzos por recuperarla fueron inútiles, rastrearon la laguna pero la profundidad casi infinita se había tragado hasta la última molécula de la anciana.

Una jornada daba paso a la otra y por fin llegó el día más bonito de todo el año, el invierno había quitado ya su perezoso manto y la primavera despertaba con todo lujo de flores. Junto al pozo que hoy parecía sacado del paraíso, Amapola, como tantas otras veces, lanzaba migas de pan a los pececillos para ver sus divertidos saltos, de repente el pez más grande sacó en la boca el colgante con la llave y se mantuvo un instante fuera del agua como queriéndosela entregar, Amapola no dudó ni un segundo, se lanzó al pozo y recuperó la llave de la boca del pez, después salió de allí sin pausa hacia la cabaña de Tomás para ponerse ropa seca y así ir en busca del cofre. Al llegar a la iglesia de San Pedro le entregaron su preciada cajita que en el interior encerraba unas escrituras y la siguiente carta:

“Querida hija:
Si estás leyendo estas letras, con mucho dolor nos hemos tenido que ausentar antes de tu mayoría de edad, regresa a Rumoroso, nuestro pueblo, las escrituras aquí guardadas te hacen propietaria de la granja que tanto te gustó siempre y también de su finca, la que está colindante al pozo encantado, báñate en sus aguas, pues quienes lo hacen transforman sus sueños en realidad.
Esperamos que en tu nuevo hogar seas muy dichosa…”

Amapola y Tomás se mudaron contentísimos a la granja, tuvieron seis hijos y vivieron siempre muy felices.

Desde entonces no ha parado de llegar gente al pueblo de Rumoroso, entre las verdes praderas de Cantabria, que atraídos por la leyenda preguntan por el pozo encantado para poder mojarse en sus aguas y así ver cumplidos sus deseos.

DE ENTRE LAS NUMEROSAS LEYENDAS QUE SE ATRIBUYEN AL POZO TREMEO UNA DICE QUE MOJÁNDOTE CON SUS AGUAS PODRÁS CUMPLIR UN DESEO, NO DEJES DE PROBAR SUERTE!!

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